Prefiero leer con la primera luz del día. El resto de la casa es silencio y los ojos se esmeran aún por delimitar la tinta sobre la página, negra y espesa como el café en la taza blanca.
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“Desde la altura de aquel piso veinticinco se tenía la visión más reveladora, tan hermosa como agobiante, de la insularidad: la línea oscura de la avenida del malecón, la serpiente gris del parapeto, que resguardaba a la ciudad de los embates del mar, la rocas salientes en varios tramos de la costa y, apabullante, como un desafío, la extensión del océano, visible hasta donde el planeta, al parecer, en realidad redondo, iniciaba la curva de su descenso hacia los otros mundos”.